Sorgiñe
Sorgina como persona embrujada designa generalmente un hombre o, casi siempre, una mujer de carácter maligno, a cuya intervención son atribuidos diversos males, como pérdida de las cosechas, averías en molinos y serrerías, enfermedades y ahogos, muertes misteriosas de niños, naufragios de pescadores, etc..., la cual toma parte en reuniones nocturnas nada normales (akelarres), y asiste a ceremonias que preside el diablo en forma de macho cabrío.
Son las brujas –sobre las que los incrédulos eran pocos hace un siglo, en un medio en el que estaba aceptado que existía cuanto tenía nombre– creencias que muestran una concepción del mundo distinta, incluso opuesta a la mentalidad hoy predominante.
Las sorginas siempre velaron con celo porque la creencia de sus existencia se conservara en el pueblo, castigando severamente a quienes la negaban, raptando a jóvenes que no creían en su existencia, o con normas como las de los arrantzales que no podían pronunciar su nombre en alta mar.
A sus reuniones nocturnas y a los lugares donde realizaban sus brujerías se trasladaban de modo sobrenatural.
Hubo ocasiones en las que todo este conjunto de creencias fue proyectado sobre personas poco simpáticas o de sospechosa conducta. Esto ocurrió en Euskal Herria de forma bastante ruidosa en los siglos XVI y XVII, cuando muchas personas, acusadas de brujería, fueron implacablemente perseguidas por la Inquisición.